Estoy apurando mi último desayuno en Barcelona hasta el viernes de la semana que viene. El viernes por la noche llegué de Casablanca tras una semana intensa de trabajo, y esta tarde vuelvo a irme. Esta vez he podido venir a casa a pasar el fin de semana, ya que sólo hay dos horas de vuelo de Barcelona a Casablanca.
Ha sido un deseo cumplido el poder despertarme el sábado por la mañana en mi casa, rodeada de luz, de música, de color. Ducharme mientras escucho mi música, desayunar mi Cola Cao observando toda la luz que entra por la ventana. Cuántas veces he deseado tele transportarme a mi casa, aunque tan sólo sea por una noche. Cuando estamos trabajando lejos de casa y no tenemos la posibilidad de volver el fin de semana, tengo mis momentos bajos en los que deseo estar allí, tumbada en el sofá bajo la tenue luz de las velas con aroma de vainilla. Levantarme de la cama dando los buenos días a mis mascotas, mendigar al baño sin encender la luz, sentir que es muy temprano, que me queda todo el día por delante y que tras las persianas me espera un sol radiante. Todo esto ha sido un deseo cumplido esta vez.
En la oficina de un pueblo cercano a Casablanca conocí al nuevo Director Financiero de la empresa. Un hombre disciplinado, educado, paciente, elegante. El primer día fuimos a comer juntos y poco a poco fue mostrándose como persona. Me habló de su religión, de sus creencias, de sus costumbres. Era un hombre tan disciplinado como apasionado de su cultura. Había ocasiones en los que las palabras le eran insuficientes para transmitir los sentimientos que le invadían al hablar de su religión. Como buen financiero y profesional meticuloso, quiso ser preciso en sus palabras pero no pudo. Percibí su impotencia entremezclada con la pasión, la incoherencia y la aceptación de ciertos dogmas.
En mi modesta opinión y después de tener la oportunidad de conocer a personas de diferentes religiones, pienso que ninguna religión es mala. Al contrario, todas las religiones tienen el amor como base fundamental de sus creencias. La diferencia está en la interpretación que se hace de sus escrituras originales. Esta semana he aprendido que no todas las personas son capaces de entender (literalmente) el texto del Corán, ya que su contenido está escrito en un árabe auténtico, original, que pocas personas árabes llegan a aprender. Las generaciones anteriores memorizaban las escrituras sagradas para interiorizarlas y llevarlas en su corazón allí donde fueran. Estas personas aprendieron el auténtico árabe gracias al aprendizaje del Corán. Sin duda alguna creo que debe ser un libro muy inspirador y con multitud de profecías al máximo nivel de detalle (incluso científico) que a día de hoy se han comprobado como ciertas.
Todas las religiones han cometido y cometen barbaridades en nombre de Dios. Este hecho es lo que preocupa. Después de miles de pensamientos me atrevo a decir que hay dos factores que hacen que estas barbaries ocurran: la ignorancia y el odio. Todas las escrituras sagradas transmiten el mensaje a través de pasajes o relatos que podíamos llamar parábolas. Estas parábolas o historias hay que entenderlas en un sentido figurado y no al pie de la letra. Las personas que por suerte han tenido una buena formación, que gozan de una educación, de un saber estar, de una actitud conciliadora ante los conflictos, tienen una mayor probabilidad de interpretar constructivamente los mensajes de las sagradas escrituras. Por el contrario, las personas que desafortunadamente no han conocido en sus vidas nada más que la guerra, el miedo, la sangre, el horror y la mala naturaleza del ser humano, inevitablemente interpretarán los mensajes de una manera destructiva. La destrucción es la única vía de solución que han conocido desde que han nacido.
Aunque todos sabemos que la destrucción no es la solución, a muchos de ellos les ha servido para seguir vivos, para mantener vivas a sus familias y para llevar un poquito de “paz” a sus corazones. Por mucho que nos duela, no son ellos los culpables de su propia situación. Y lo más triste de todo, en el entorno en el que viven no pueden llegar a la “madurez emocional” que se requiere para salir del bucle del horror. Esta semana me he dado cuenta de que en la actualidad la solución a este conflicto es complicada. Es complicada, pero no imposible, porque tan sólo es cuestión de tiempo y de un esfuerzo común en la misma dirección.
Hay países que necesitan recorrer un largo camino para alcanzar la madurez emocional y social que nos permite vivir en paz, que nos permite dialogar, que nos permite negociar el bien común, que nos permite ponernos en el lugar del otro. Siempre habrá personas que no creerán en esa vía por miedo a lo desconocido. Habrá personas que preferirán boicotear los procesos de paz porque los verán como una amenaza contra todo lo logrado hasta el momento. Son personas que tienen tanto miedo y tan poca madurez emocional que recurrirán una y otra vez al único camino que conocen, y en el que lamentablemente han aprendido a vivir “cómodos”. A estas personas hay que enseñarles desde la confianza y el ejemplo, no desde el diálogo ni el castigo. El diálogo les queda lejos y para ellos es papel mojado. El castigo sólo servirá para reforzar su odio.
Creo que todos sabemos que con los niños problemáticos el diálogo no sirve… pero el castigo tampoco. Hay que enseñarles desde el amor. Hay que mostrarles la realidad mediante la acción, mediante el ejemplo. Sólo así se rinden a la confianza y se dejan llevar por el buen camino. Lo que ocurre es que en el mundo no existen líderes con suficiente inteligencia como para comprender esto. Los que han sabido cuál es el auténtico camino han tenido que solventar primero el mayor obstáculo de todos: mostrar al pueblo la verdad.
Un pueblo que ha sufrido no está capacitado para confiar “en nadie” de un día a otro, y menos en alguien que les intenta convencer de que el camino de la paz está en el amor, en la rendición, en la confianza ante el “enemigo”. La historia nos muestra que todos estos líderes han acabado prisioneros, torturados y/o asesinados. Este es el trabajo más arduo en los países en conflicto. Respecto a los líderes del resto de países que se supone deben apoyar y acoger a los pueblos recién salidos de la guerra, debo decir que no son merecedores de su título. Son ególatras, personas ansiosas del poder que lo último que piensan es construir un mundo mejor.
La mayoría de los gobernantes mundiales son personalidades psicopáticas. Personas egoístas que sólo persiguen sus objetivos individuales; personas ególatras que buscan satisfacer sus ansias de poder y reconocimiento; personas sin empatía e incapaces de amar. Saben perfectamente qué es lo correcto y qué es lo incorrecto porque han tenido una buena educación, pero no son capaces de sentirlo. Entienden a la perfección los más pequeños detalles de lo que acontece, de la gravedad de la situación, pero jamás serán capaces de sentir el dolor que sienten las víctimas. Entienden pero no sienten.
Esta semana he aprendido que juzgamos demasiado a pesar de que no nos gusta que nos juzguen a nosotros. Si en estos momentos tuviera que pedir algo a todas las personas de este mundo, pediría que antes de juzgar valoráramos dos cosas: nuestro conocimiento sobre el tema (probablemente somos unos ignorantes al respecto) y nuestras propias circunstancias (nadie tenemos las manos limpias). Por último pediría un tercer favor: que nos mirásemos más a los ojos. No existe arma más infalible para transformar el odio en amor.
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