Un alto en el camino

13.03.2013 23:48

En el transcurso de la vida hay momentos de transición en los que nos detenemos, nos tomamos un tiempo para beber agua fresca, respirar hondo, degustar un par de galletitas de chocolate y sentarnos por un instante al borde de la colina para admirar el hermoso paisaje que siempre pasamos por alto.

Ese instante puede darse en plena juventud, cuando aún no somos demasiado conscientes de su grandeza, pero nos acompaña el poder de la ilusión y nos sentimos preparados para asumir retos, cargar con responsabilidades, demostrar nuestra valía, acoger el amor, aceptar el desamor... en definitiva, nos disponemos a iniciar el camino más difícil de nuestras vidas que delineará con exquisita precisión el perfil de lo que seremos.

Cuando ese instante se produce entre los 30 y los 40 años, el paisaje cambia de perspectiva y los ángulos rectos se vuelven más estrechos. Somos conscientes del aire que respiramos e incluso nos preguntamos si es el mismo aire que hemos respirado durante los últimos años. Nos sentamos en la cornisa, presenciamos las diapositivas de nuestra existencia desde que nos recordamos hasta el presente, y de pronto sentimos cómo nuestra mente da un giro, y nos angustiamos.

Algo ha sucedido en nuestro interior. La lista de prioridades se remueve, algunas frases comienzan a desvanecerse y otras surgen con especial simpatía. Y pensamos: "Vaya, nunca me lo había planteado. No me parece mala idea". Así es como una joven ilusionada por su futuro profesional se cae de la silla y se da cuenta de que las cosas que verdaderamente importan en su vida están en reposo, tiradas en un sofá descuidado, con arrugas en la frente y sin la esperanza de que alguien se acerque a acariciarlas.

De la noche a la mañana quiere ser madre y le horroriza pensar que está a punto de cumplir los 36, sin nadie a su alrededor, mientras observa que ha llegado tarde a un lugar donde ni siquiera le esperan. En tres palabras, se encuentra "fuera de lugar".

Contempla la obra de arte a la que ha dedicado tanto tiempo, esfuerzo, y por qué no, todo su ser. Recuerda los momentos en los que cerró puertas, abrió algunas ventanas, construyó, derribó... No está nada mal, pero nunca será suficiente, ni para ella ni para el mundo. Nunca habrá dado lo esperado. Entonces se vuelve a caer de la silla, y se queda tendida en el suelo mientras le reconforta pensar que ha llegado a una gran conclusión, que sólo es posible alcanzarla al recorrer el camino. 

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