Todos tenemos pensamientos tan profundos que ni siquiera hablamos de ellos. No me refiero a lo que guardamos en el inconsciente; me refiero a aquellos pensamientos arraigados en nuestra mente y que precisamente nos rondan la mayor parte del tiempo, pero que por motivos que normalmente preferimos no descubrir, no hablamos de ellos.
Son pensamientos que probablemente no han superado el examen de nuestra propia conciencia, así que por mucha compañía que nos hagan día a día, por mucho que nos estén definiendo como persona y por mucho que estén influyendo en nuestro equilibrio emocional, preferimos dar por hecho que siempre estarán ahí pero sin compartirlos con nadie.
Pienso en las personas que conocemos a lo largo de los días. En ocasiones nuestra rutina hace que un desconocido se convierta en alguien familiar para nosotros, sin embargo no deja de ser técnicamente un desconocido. De hecho es importante tener este concepto claro, ya que multitud de investigaciones sobre asesinatos cometidos por psicópatas revelan que se llevan a cabo en su inmensa mayoría por personas técnicamente desconocidas para las víctimas pero al mismo tiempo "familiares", debido a que coinciden casi a diario en algún lugar que frecuentan.
No obstante lo anterior y por no centrarme en lo más negativo de un hecho tan común para todos, me gustaría hablar sobre su aspecto positivo. Aquel chico o chica que cada vez que vamos al gimnasio (por ejemplo) acostumbramos (y esperamos) ver. ¿Cuántos de vosotros no habéis vivido una situación así? Ese pequeño gran detalle que contribuye a nuestra felicidad al cabo del día y que no solemos hablar con nadie. Aprovechando esta frase os reto a que reflexionéis por qué no lo hablamos con nadie.
Desconocidos que hacen que nos sintamos a gusto estando cerca uno del otro, sin haber entablado ni una mísera conversación en meses. Desconocidos que queremos volver a ver día tras día hasta el punto de que su ausencia o nuestra ausencia a la "cita" nos nuble el alma y nos vayamos realmente tristes a casa. Aun así no lo hablamos con nadie. ¿Cuántas veces parece que nos sentimos bajos de energía sin motivo aparente... o cuántas veces nos ven bajos de energía sin motivo aparente?. Yo soy de las que piensan que todo en este mundo tiene una explicación... siempre que sepamos y queramos verla.
Esa personita desconocida tan importante para nosotros tal vez algún día desaparezca de nuestra rutina. Nuestras coincidencias penden de un hilo y lo sabemos. Aun así no queremos ser conscientes de que ese momento llegará y preferimos jugar al juego de los picos y los valles emocionales. Aprovechando esta frase también quiero retaros a una reflexión: ¿por qué no abrimos los ojos cuando sabemos que algo nos va a perjudicar y que ese algo sucederá tarde o temprano? ¿Tal vez queremos simplemente vivir el momento? ¿O esperamos que las cosas cambien por arte de magia?
Si tu respuesta es que prefieres vivir el momento, entonces pienso que eres o debes ser lo suficientemente maduro/a para dejarlo pasar cuando llegue el momento. Si tu respuesta es la segunda y esperas que por arte de magia las cosas cambien de rumbo... he de decirte que es una actitud un tanto inmadura dejar tus decisiones en manos del azar, primeramente porque estás intentando engañarte a ti mismo/a, a nadie más. Llegados a este punto volvemos a la cuestión de que hay circunstancias en la vida con gran impacto en nuestro estado emocional sobre las que preferimos no hablar porque en realidad no han superado nuestro propio examen de conciencia.
"Llegará el día en que esta persona se irá. No la volveré a ver. Ni siquiera tendré un buen motivo para poder contactar con él si tuviera los medios. Presiento que el día está cerca. También presiento que las sensaciones pueden ser mutuas. No obstante sé que ninguna de las dos partes romperá el secreto de la complicidad. Supongo que cada uno tenemos nuestras propias razones o más bien, nuestros propios miedos. Cuando dejé de mirarlo fijamente a los ojos me di cuenta de que el miedo hizo acto de presencia. El miedo a no querer saber lo que su mirada me iba a devolver. Él podía pensar que me alejaba por miedo pero también podía pensar que lo hacía por falta de interés. Fue entonces cuando el juego comenzó a hacer daño".
Como seres humanos que somos, tenemos una gran capacidad de hacernos daño. Preferimos pensar que la otra persona no detectará que se trata de un acto intencionado, eso hace que nos sintamos mejor, pero en realidad somos el ser más dañino y malintencionado que existe sobre la faz de la tierra. "Si tú no me miras yo me quedaré en aquella esquina para que no me veas en toda la tarde". Y lo peor de todo es que sentimos que nos merecemos el castigo por ser cobardes. "La siguiente vez me acercaré un poquito más a ver cómo reacciona". Si recibimos una respuesta positiva que premie nuestro esfuerzo (o interpretamos que ha sido así), viviremos un pico emocional que no tardará en desvanecerse cuando uno de los dos decida que es hora de irse a casa. Amigos y amigas... es un juego con comienzo divertido pero desenlace peligroso.
Si habéis llegado hasta esta línea debe ser porque no soy la única a la que le pasan estas cosas... o eso quiero pensar (me río). O tal vez os suceden pero seguís sin querer reconocerlo (voto más por esta opción). ¿Pero cómo diantres hacemos para salir de este círculo vicioso sin sufrir rasguños?
Veamos las tres posibles respuestas:
1. Abandonamos el escenario antes de que alguien se caiga de él y se haga daño. Nos olvidamos del tema ya.
2. Continuamos subiéndonos al escenario pero de una forma diferente. Queremos crear causas distintas que provoquen efectos distintos. Desestabilizamos el escenario. Es como si barajáramos las cartas para comenzar de nuevo a partir de una situación que no conocemos. Removemos todas las fichas del tablero y las colocamos de nuevo al azar.
3. Convertimos al desconocido en conocido. Damos el paso. No esperamos a que se dé por sí solo o que la otra persona lo haga.
Ahora vamos a etiquetar cada una de las tres opciones arriba descritas con las consecuencias que pueden desencadenar:
1. Cobardía: vacío por falta de decisión y coraje. Duda permanente. Insatisfacción y frustración acumuladas.
2. Inmadurez y autoengaño. Aplazamiento del inevitable desenlace. Diversión a corto plazo, frustración a medio plazo y vuelta al punto de partida. Resistencia a que llegue el largo plazo por miedo al fracaso.
3. Coraje. Perderemos o ganaremos. Sea cual sea el resultado, habrá satisfacción personal y calma. Crecimiento personal.
A continuación describiremos las posibles razones que subyacen en cada una de las decisiones:
1. Tengo miedo a perder y "creo" que perderé: baja autoestima. Revisa qué tipo de inseguridad te acecha con esta persona. En el fondo crees que no te la mereces, así que "sabes" que te acabará haciendo daño.
2. Tengo miedo a perder, "creo" que perderé, así que prefiero seguir sufriendo hasta que acaben conmigo: baja autoestima pero gran resiliencia e ilusión. Si dedicaras unos añitos al autoconocimiento y a tu desarrollo emocional podrías llegar a ser imbatible. Gran potencial para reinventarte y ser feliz.
3. Tengo miedo pero sé que no tengo nada que perder, al contrario: buena autoestima, gran responsabilidad ante la vida y madurez emocional. Te has dado cuenta de que la acción y la decisión son fuentes de satisfacción y felicidad. Vives en paz contigo mismo/a.
Amigos y amigas... si os dieran a escoger una de las tres opciones... ¿con cuál os quedaríais? Planteo la misma pregunta de otra manera: ¿qué tipo de persona aspiráis ser?
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