Esta semana se me han ido acumulando muchas ideas en la cabeza. Cada vez que me llegaba una lucecita de inspiración pensaba que iba a ser el temazo de mi blog, pero después perdía intensidad y/o acababa siendo sustituida por otra idea. Creo que a este fenómeno voy a denominarlo "el efecto de transición". "Mi" efecto de transición hace referencia al estado global de confusión-inspiración-desorden-incubación que se sufre cuando algo relevante está sucediendo o está a punto de suceder en tu vida. Digamos que es la forma romántica de describir el concepto de "punto de inflexión".
El martes por la tarde estaba agotando mis últimos minutos en la oficina cuando sentí que el corazón se me aceleraba. No es la primera vez que me sucede y sé que es un hecho común entre la humanidad que de vez en cuando el corazón nos dé un breve acelerón. En ese momento pensé que estaba viviendo una temporada estresante laboralmente hablando y que por supuesto no merecía la pena. Apagué el ordenador, me levanté, cogí el bolso y me fui directa a mi casa. Me entregué al Reiki durante más de una hora y media, sentada en el sofá bajo la luz de las farolas que atravesaba los cristales de las ventanas.
Cuando abrí los ojos me sentía mucho mejor, más relajada y sobre todo pensaba con más claridad. Por primera vez en mi vida sentí cierto miedo al pensar que si algún día me sucediera algo estando en casa, nadie vendría en mi ayuda ya que probablemente no lograría avisar a nadie. Dediqué unos minutos a pensar si debería hacer algo al respecto, como por ejemplo, tener un número de emergencia en el móvil con un mensaje preparado de antemano por si se dieran las circunstancias. Debo confesaros que por primera vez he pensado en un protocolo de actuación simple pero real, que me permitiera dar el aviso a "alguien" para que me asistieran en un caso de emergencia. Suspiré pensando que tal vez era un indicio de que me estaba haciendo mayor.
Al día siguiente caminaba hacia el trabajo pasando como todos los días por delante de una escuela. Frente a la puerta principial de la escuela, enraizado desde hace cientos de años en la amplia acera de mi barrio, se encuentra un árbol de raíces preciosas que sobresalen a borbotones. En estas raíces los niños juegan a menudo. Recordé cuando iba al colegio de la mano de mi abuelo. Por un instante me imaginé mi infancia en aquella escuela, con aquel árbol y con mi abuelo de la mano. Podría haber sido perfectamente posible. A mis efectos, mi actual "yo" había estudiado en aquel colegio de barrio en medio de la ciudad de Barcelona, donde le encantaba subirse a las faldas del gran árbol y cruzar corriendo la verja de la entrada para abrazar a su abuelo que le estaría esperando sentado en un banco. Probablemente estaría leyendo el periódico. Las tardes frías y oscuras de invierno me estaría esperando de pie, con una mano dentro del bolsillo de su chaqueta escocesa, a juego con el gorro de borla, mientras con la otra mano sujetaría un cucurucho de castañas recién asadas en el puesto de la esquina. Mis castañas.
Mientras caminaba por la acera me inventé todo aquel pasado para mi yo actual. Miraba a los niños que iban llegando al colegio de la mano de sus abuelos y acompañados en ocasiones de sus mascotas. Me pareció una estampa muy conmovedora. Acto seguido imaginé que mi abuelo podría acompañarme en mi recorrido diario al trabajo. Fue un pensamiento enriquecedor, básicamente porque mi yo adulto podría mantener conversaciones que nunca tuvo de pequeña de camino al colegio. Le hablaría de mis aventuras en la oficina, de las anécdotas que nos ocurren en los viajes, de las discusiones que tengo con mi jefe... Me hubiera encantado compartir todas aquellas palabras con mi abuelo. Especialmente con él, porque al igual que yo, fue una persona de empresa con inquietudes muy variopintas fuera de ella.
Añoré enormemente a mi abuelo y me pregunté dónde se encontraría dentro (o fuera) de este universo desconocido e incierto.
Durante el fin de semana me sentí como un talismán al que se acercaban las personas que "debían" hacerlo. Sentí que venían a mí muchas oportunidades muy "casuales" y oportunas. A estas alturas sé que nada ocurre por casualidad, y que más allá de donde nosotros habitamos nuestros vínculos con los otros mundos o existencias, siguen velando por nosotros y por nuestros sueños. Más que nunca percibí que algo estaba cambiando a mi alrededor. Se estaba produciendo el "efecto de transición".
Estas últimas tres semanas la vida me ha presentado tres oportunidades bien diferentes en el plano emocional. Tal vez mi misión consistía en volver a lidiar con los conflictos sentimentales para ver si me encontraba preparada para afrontar una nueva historia. En mi primer reto sentimental he reaccionado con miedo, con un deseo terrible de salir corriendo. Tanto que cuando iba caminando para casa me saltaban las lágrimas sólo por el hecho de darme cuenta del daño que había sufrido y de que todavía no me había recuperado.
En mi segundo reto sentimental me enfrenté con un chico guapísimo con el que tenía un lazo de unión muy fuerte. Hubo un "flechazo" mutuo que acabó en una conversación puramente personal bajo la atenta vigilancia de sus jefes. Sin haberlo buscado volvimos a coincidir. Por mi parte reinó el miedo y la prudencia. Por su parte lo desconozco. Tal vez la bronca de sus jefes. Ahí quedó aquello, aunque con posibilidades de contacto... siempre que uno de los dos o los dos nos buscáramos.
En el tercer reto sentimental se me presentó una persona muy interesante, con un perfil muy similar al mío aunque con una historia por descubrir a la que no se accede en la primera conversación. Me gustaron sus formas, su respeto, su paciencia y su sinceridad. Me invitó al cine pero enseguida me busqué una excusa para no aceptar su invitación. Quise rectificar mi falta de interés diciéndole que me interesaba mucho lo que hacía profesionalmente y que tal vez algún día le pediría consejo. Le contacté por Linkedin y así comenzó a existir un vínculo. Él me dio su número de teléfono pero yo no me atreví a darle el mío. No quería meterme en un callejón sin salida. Sólo de pensarlo se me hace un nudo en la garganta, otro en el pecho y otro en el estómago. A eso, amigos y amigas, se le llama "miedo".
Ahora estoy sentada en una cafetería cerca de mi casa, buscando el temazo para mi blog. Al final he descubierto que mi temazo ha de ser éste, al menos por hoy. Sé que tengo mucho "trabajo" que hacer con todo esto. Todo lo recorrido ha sido un éxito pero todavía me queda algo difícil por resolver, decisiones vitales por tomar. Mañana cuando camine hacia la oficina pediré consejo a mi abuelo.
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