Creo en los ciclos de la vida. Resulta que cada dos o tres años los acontecimientos se repiten en nuestra vida. Hace exactamente dos años y dos meses que tenía goteras en casa. El vecino de arriba tenía una avería en las tuberías de su baño, así que pasaron unos días hasta que detectaron el origen del problema y supuestamente le pusieron remedio.
La semana pasada volví a tener las mismas goteras. Pensé en el próximo viaje que tengo por motivos laborales, y al igual que hace dos años y dos meses, me voy a Brasil. Recuerdo la conversación que tuve por aquel entonces con la administradora de fincas, repitiéndole una y otra vez que me iba de viaje a Brasil y que no podía dejar el piso en aquellas condiciones. Parece que las circunstancias se repiten. El ciclo se acaba de completar. Si mi teoría “cíclica” es cierta, sé qué otras situaciones me esperan. Tal vez no se produzcan de la misma manera, pero surgirán de nuevo y me “tomarán la lección”.
Los meses de febrero y marzo suelen ser meses prósperos en mi vida. Suele acompañarme el éxito, el cambio, la evolución, la realización de un reto personal. Un mes de febrero de hace trece años me aventuré a venir a Barcelona dejando el trabajo que tenía en mi ciudad. Afortunadamente tardé un par de semanas en comenzar a trabajar en mi profesión. Hoy pienso que fue el tiempo preciso que necesitaba para adaptarme y respirar tranquila.
Un mes de febrero de hace siete años mi perro Lur llegó a mi vida. Una de las mejores cosas que me han pasado. Fue un auténtico maestro, y como tal, llegó en el momento preciso y se fue también en el momento preciso. Me hubiera encantado tenerlo conmigo para siempre, pero cada vez tengo más claro que él me eligió a mí para mostrarme el camino y después dejarme caminar en libertad. Espero que el universo me lo vuelva a enviar en algún “formato”. Intuyo que lo tendré conmigo pronto, de nuevo en carne y hueso.
Los meses de febrero y marzo de hace dos años lancé mi blog. El primer día de marzo del año pasado pude elaborar mi primer CD casero. Recuerdo que la noche anterior estuve horas tratando de entender cómo iban los formatos de la impresora y del papel especial para CDs. Finalmente logré imprimir las etiquetas perfectas con las imágenes que con tanta ilusión había preparado. Este año… he sido maestra de Reiki y esta semana… ¡por fin grabaré mi primer vídeo clip musical!
Creo que he encontrado a la persona adecuada que me ayudará a que mi proyecto musical sea posible. Me entiende a la perfección, de hecho somos muy similares a pesar del salto generacional. Sólo he de explicarle lo que tengo en mente y en pocos segundos sabe captar mis sensaciones. Le muestro las imágenes que asocio a mis ideas y sin duda alguna sabe “pillarlas” con el objetivo de la cámara. Compartimos los conceptos vitales que al igual que los salmones río arriba luchan contra corriente. Tal vez por eso me gusta tanto el sashimi de salmón (me río).
El sábado por la mañana fui a mimar mi cuerpo a un circuito de spa con masaje. Tenía cita en un lujoso hotel de la ciudad. Como las vistas desde aquel rincón de la capital son espectaculares, fui con tiempo suficiente para tomarme un café en la terraza de una cafetería cercana. Nada más poner los pies en la teca de la terraza vi que había una mesita esperándome en primera fila. Me senté, pedí un café con leche, y no pude más que observar aquel espectáculo. Los edificios de la ciudad a mis pies, el mar, la playa, el puerto, las calles estrechas y avenidas amplias, los jardines, los vehículos, los transeúntes. Todos formaban parte del mismo espacio-tiempo. Previendo las emociones que estaban a punto de aflorar, me coloqué los auriculares y escuché mi tema para el vídeo clip.
Según escuchaba la canción me di cuenta de que la letra y le melodía eran perfectas para describir lo que quería transmitir: el concepto de la felicidad. Aquel momento de felicidad absoluta quedó grabado en el aire al son de la música. Nada en ese instante podía expresar de forma más precisa los sentimientos que estaba viviendo. Una gaviota cruzó mi campo de visión. Su cuerpo, sus alas, su pico y sus patitas medio recogidas. Todo aquello me pareció tan precioso que pensé estar inmersa en una película de ciencia ficción, en la que extraños seres sobrevolaban nuestro cielo mundano. Me sentí satisfecha de mi creación y más que nunca la confianza en mi proyecto musical me invadió como una aureola. Miré el reloj del móvil. Era la hora de dirigirme al hotel.
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