La vida avanza y todos vamos de la mano con ella. Siempre he querido pensar que el tiempo no existe, cosa que sigo creyendo firmemente. No obstante, los acontecimientos de nuestras vidas van sucediéndose en un orden secuencial lineal, y de alguna manera el orden en que ocurren estos acontecimientos marcan referencias sobre nuestro paso por la Tierra.
Así es cómo medimos nuestro tiempo, además de mediante la erosión que va sufriendo nuestro cuerpo. Si lográramos la eterna juventud (que no es lo mismo que la existencia eterna), probablemente a muchos nos resultaría mucho más fácil vivir el presente inmediato sin que la incertidumbre del mañana nos quitara siquiera un segundo de sueño. Moriríamos igualmente llegado el momento, pero cierto es que nuestro deterioro físico juega un papel psicológico primordial a la hora de preocuparnos del futuro.
Curiosamente, en relación a estas cuestiones, me topé hace un par de días con un vídeo en youtube. Hablaba de “soy la persona más importante del mundo”, título cuando menos presuntuoso que llamó mi atención para verlo. La voz ronca del narrador y protagonista me trasladaba frente a un señor mayor que había vivido su vida más que plenamente. Como yo suelo decir, “se la había pateado”. Hacía tiempo que no escuchaba ni leía una frase que resonara en mi alma. Hubo un tiempo en el que cada día estaba inmersa en “resonancias” que no eran más que síntomas de una necesidad de crecimiento personal y espiritual, que en mi caso eran inminentes. Gracias a esa sed de crecimiento y aprendizaje he disfrutado del presente sin que me quede una pizca de arrepentimiento.
He viajado mucho. He viajado hasta hartarme. He vivido momentos de alegría inexplicable, momentos de lágrimas de felicidad y de tristeza mezcladas armoniosamente. He sentido emociones que sólo pueden sentirse cuando vas más allá de tus límites, cuando ni siquiera nosotros mismos sabemos cómo reaccionaremos. Me he demostrado que mi alma es buena, que en los momentos más extremos e inciertos para mi mente, el amor ha prevalecido en mis acciones, en mis palabras y en mis pensamientos. En momentos difíciles he luchado como una leona y me he rendido por amor, sólo por amor. Y he descubierto que cuando mi mente no encuentra salida deja paso a mi alma. Eso significa mucho. Mi alma me da paz, vela por mí y me aleja de todo sufrimiento innecesario.
En el vídeo hubo una frase que resonó en mi alma, y que sé que supondrá un antes y un después. Algo tan sencillo como… “no trates de buscar el sentido de la vida, simplemente vívela”. ¡Mira que he oído esta frase miles de veces! Siempre hay un momento para todo y el mío ha debido ser éste, ni antes ni después. Y la vivo sí, pero siempre me he preguntado por el sentido de la vida. Reconozco que no tiene sentido preguntarse por el sentido de la vida. Es como una película, cuando se acaba se acaba, pero no tiene por qué haber un gran final. A cada uno nos pillará con lo que llevemos puesto, y sinceramente, lo único que podremos llevarnos a cuestas serán nuestras experiencias y recuerdos. Nada más. Cuando nos estemos rindiendo a la vida nos cobijaremos en nuestros recuerdos. Nos reiremos y lloraremos por todo lo vivido.
Hace una semana tuvieron que intervenirme y estuve algo más de una hora dormida con la anestesia. Esta fue la tercera vez que me dormían en toda mi vida, y ya desde la segunda vez aprendí que si me rendía a lo inevitable mientras recordaba momentos felices, el instante de “irte” se convertía en algo muy placentero. Hace una semana estuve relajada y en paz conmigo misma. Me dormí recordando las cosas que me hacen sonreír, como los animales, la música, el amor incondicional, viajar por el mundo… Cuando me desperté tuve la sensación de haber descansado como nunca. ¡Me hubiera quedado en la camilla una hora más!
Durante el fin de semana me sentí especialmente vulnerable y sensible, hasta el punto de que le dije a mi madre lo que nunca me atreví a decirle. En el instante exacto no me sentí precisamente liberada, sobre todo porque mis palabras sucedieron a una situación familiar algo controvertida. De todo se aprende, y desde luego me alegro de que sucediera de la forma en la que sucedió. Me abrieron los ojos, mientras me sentía obligada a soltar un “NO” rotundo a mi padre, con el único fin de velar por mi felicidad, por mi bienestar, y por no permitir que nadie arruinara mi vida por puro egoísmo. El tiempo pone las cosas en su lugar. Nadie es perfecto y la ignorancia es muy atrevida. Una vez más se cumple mi lema de… “Si no miramos por nosotros mismos nadie más lo hará”.
Ayer mi hermana me dio una sorpresa de la que me alegro en el alma. Me siento feliz por ella porque sé que aunque sea un poquito, de alguna manera habré aportado mi granito de arena para que tomara esa decisión. Me alegra tremendamente ver que está transformando su vida, ver que también ha comenzado “a pateársela”. Y es que la vida avanza, cada uno en su dirección, pero no nos olvidemos de “pateárnosla”.
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