La sensación de “el universo está en orden”

Salgo de casa muy pronto por la mañana y me conecto los auriculares. El nudo del cable se deshace suavemente sólo con dejar que se deslice entre los dedos. La música comienza a sonar. Ahí está la canción en la que estaba absorta hace tan sólo un instante.

Camino por la plaza, llego al primer semáforo y mi penúltima pisada sobre la acera enlaza perfectamente con la luz verde. Continúo con paso ágil, paso por delante del colegio casi rozando las raíces robustas de un árbol centenario, y sin ralentizar mi ritmo, encajo como por arte de magia entre las personas que suben y bajan, mientras yo recorto su trayectoria en línea recta. Nadie percibe mi paso, simplemente ha ocurrido.

Reflexiono en el fluir de la vida, en los acordes perfectos que suenan al piano sin haberlos planificado. La improvisada melodía que hace que de repente todo cobre sentido. En la sensación de felicidad absoluta al sentir que una lucecita ha despertado en tu interior. La satisfacción indescriptible al descifrar un enigma, la solución de un problema matemático que tras haber garabateado una hoja entera con números, signos, teoremas, decimales infinitos… la incógnita acaba despejándose con una simpleza fascinante y extraordinaria. 

La inmensidad de un discurso arrollador, con coherencia y vehemente. Con un comienzo misterioso y un punto final contundente. La consonancia perfecta al término de una pieza, un silencio aniquilador tras una guerra de octavas, cuartas y quintas graves. El momento culminante de una canción que explota, justo en el mismo instante que el primer rayo de luz atraviesa el cielo nublado posándose sobre tu silueta errante.

Al igual que este texto, la felicidad y el placer de un alma comienzan por una sutil caricia. Imperceptible para el cuerpo, perfecta para el alma, que nace del fluir de la vida, de la armonía del universo, del orden de las ideas, de las combinaciones numéricas, de la belleza en las proporciones musicales, del sentir de los aromas y del vibrar de las emociones.