Curiosamente la semana pasada pude comprobar de lo que el miedo es capaz en las personas. Mi breve conclusión ha sido que detrás de todos los males posibles, imaginables e inimaginables, está el miedo.
El miedo ha destruido relaciones, la mía incluida. Pero una destrucción motivada por el miedo no es una destrucción cualquiera, no. Tiene un gran matiz que la convierte en auténtica y única: el daño es irreparable. Alcanza unos límites tan desmesurados, o mejor dicho, traspasa tantos límites “humanos” que finalmente la persona que ha actuado con miedo poco más puede hacer para reparar su daño. Durante esta semana he oído declaraciones de amigos y familiares tales como “aunque se me ponga de rodillas…”, “aunque ahora me diga que puedo quedarme en su casa hasta cuando quiera…”, “aunque me colme de besos y me dé todo el oro del mundo…”. Nadie se atreve a perdonar y a arriesgarse a pasar por lo mismo.
El miedo ha hecho que un padre insulte cruelmente a su hija y a su mujer sólo porque él está enfermo y ahora que no hay nada que hacer, tiene miedo y siente impotencia. El miedo ha hecho que una amiga amenace a otra con llamar a cuatro matones para que la saquen a patadas de su casa. El miedo ha hecho que una persona desesperada por las represalias de sus seres “queridos” se quite la vida. El miedo ha hecho que un hombre abandone a una mujer cuando más lo necesitaba porque tenía miedo a sentir, a compartir, a entregarse y a amar. Abandonar no es desaparecer. Abandonar es negarle su cariño, su roce, sus caricias y su compañía para el resto de sus días.
¿Quién quiere convivir con el miedo? Si estuviéramos en un aula con alumnos que acaban de conocer este horrible “concepto”, probablemente todos responderían al unísono “Nadie”, o simplemente nadie levantaría la mano. Tristemente no estamos en las aulas, estamos fuera de ellas. En la vida real tal vez no estemos preparados para reconocer la “estafa” que nos ofrece el miedo a cambio de acompañarnos en nuestro camino. La cuestión es que todos vamos de la mano del miedo. Todos y sin excepción. ¿Cómo es posible?
Yo por mi parte me propongo a rechazar el miedo en voz alta. Sé que será inevitable sentirlo, por ser una emoción necesaria y vital para alejarnos de las situaciones que implican un riesgo para nuestras vidas. Pero trataré de ser consciente de cuándo y por qué lo siento; y si no hay un león rondando a mi alrededor espero reunir el coraje suficiente para lanzarme de cabeza al vacío. Sólo así desaparece el miedo.
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