Un nuevo año por delante. Da gusto levantarse de la cama con un día tan soleado que los minúsculos agujeros de las persianas parecen ventanas abiertas de par en par. Es como si el sol estuviera radiante de comenzar el 2016 con todas sus fuerzas. Así lo debemos hacer todos nosotros.
Antes de entrar en el baño he mendigado entre los rayos de luz que atravesaban la oscuridad del loft, hasta alcanzar mi móvil para conectarlo al altavoz por bluetooth. He pinchado el icono de spotify y la música ha comenzado a sonar. No quería que fuera cualquier canción, así que he ido accionando el botón de "aleatorio" hasta dar con algo que me emocionara. Las emociones pueden ser tan cambiantes como el viento de otoño; buscar la canción perfecta en cada momento es una incertidumbre que no deja de sorprenderme.
"Your song". La dulce canción versionada de Elton John que me emocionó en "Moulin Rouge". "My gift is my song and this one's for you". "How wonderful life is while you're in the world". Estas dos frases especialmente han tocado mi alma esta mañana de Año Nuevo. Como hubiera preguntado mi madre después de escuchar alguna de mis canciones: "¿Pero a quién le estás diciendo esas cosas?". Mi respuesta siempre es: "Mami, todavía no acabas de entender la música. Se compone lo que se siente. Te pasa por delante, lo capturas, le das forma y lo sueltas. Sin más".
Esta Nochevieja he vivido un instante digno de compartir. Estábamos en casa de una amiga junto a sus padres, hijas y demás familia. Encendimos la televisión una media hora antes de las campanadas. Teníamos las uvas preparadas sobre la mesa y nos entreteníamos pelándolas o quitándoles las semillitas mientras hablábamos de nuestras historias. Al contrario de otros años no dediqué ni un minuto a recordar lo bueno y lo malo del año que estábamos a punto de dejar atrás. Ni siquiera me entretuve en pedir deseos al nuevo año. Siempre he pensado que nosotros somos los únicos dueños y creadores de nuestros sueños. No debemos dejar nada al azar. Dejar nuestros sueños en manos del azar denota eludir la responsabilidad que tenemos sobre nuestras vidas. Dicho esto volvamos a mi instante.
Comenzaron los cuartos; siguieron las campanadas. Todos estábamos mirando la pantalla de la televisión, sintiendo los doce latidos a un mismo ritmo, uno a uno, desde el primero hasta el doceavo. Todos estábamos cogiendo entre nuestros dedos índice y pulgar, o corazón y pulgar, uvas. Uvas con una misma textura, tacto y sabor. Uvas que todos llevábamos a la boca en el mismo momento, tanto si estábamos tan cerca como para abrazarnos como si estábamos al otro lado de la ciudad, en otra ciudad, en la otra punta del país. Mientras iba masticando rezagada mis doce uvas, sentí que algo tan simple como devorar esas doce uvas al son de la magia de las campanadas me había conectado con todas y cada una de las personas que he conocido a lo largo de la vida.
Durante el escaso minuto que duraron las campanadas pensé en las personas que perdí, en las personas que gané, en las personas que me dejaron ir, en las personas que dejé ir, en las personas que quise, en las personas que me quisieron, en las personas que no me quisieron, en las personas que me envidiaron, en las personas que me desearon, en las personas que me hicieron daño, en las personas que me hicieron feliz. Durante esas doce campanadas a un mismo compás y con sabor a uvas me sentí conectada a todas esas personas. Ese pequeño instante volvió a unirnos. Ese efímero acontecimiento nos dio un nuevo "algo" en común donde la tierra parecía yerma.
Cuando voy de camino a casa miro al cielo buscando la luna. Ayer también la busqué. No hay un símbolo más romántico que la luna. Estemos donde estemos siempre observaremos la misma cara de la luna. La luna es la conexión más natural y autèntica que puede haber entre dos almas separadas por el espacio físico. Cuando miro la luna y pienso en alguien, me encanta imaginar que en ese preciso momento esa persona también está mirando la luna mientras piensa en mí. Me gustaría tener un chivato que me avisara cuándo debería mirar la luna y pensar en alguien, y corresponderle el pensamiento. Probablemente esa persona merecerá la pena.
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