La felicidad existe. Desde mi humilde punto de vista creo que la sensación de euforia que nos produce al sentirla es prácticamente igual para todas las personas. La diferencia está en cuánto nos dura el “momento” y cómo podemos mantenerla en el tiempo. Os contaré mi experiencia personal. La manera en la que siento la felicidad, lo que significa para mí y lo que irremediablemente necesito hacer para mantenerme impregnada de ella día tras día.
Supe lo que era la felicidad cuando sentí la necesidad de compartir la sensación de haberla descubierto con alguien especial que sé que todavía la estará persiguiendo… probablemente sin éxito. Era como si estuviera en el más allá y acabara de descubrir que después de la muerte hay algo más, mucho más que la vida en la tierra. Esa necesidad de ponerme en contacto con mis seres queridos para decirles, “sentiros tranquilos, vivid en paz, no tengáis miedo… la muerte no existe. La vida sólo es el preámbulo de algo mucho mejor, y la muerte es la puerta de acceso…”.
En un solo instante toda mi vida cobró sentido. Lo bueno y lo malo, lo fácil y lo duro. Las alegrías y las tristezas. Todo encajaba y tenía su razón de ser, su papel inequívoco en la historia de mi vida. Entendí la importancia de ser nosotros mismos, de enfundarnos en nuestro propio ser, en lo que somos llamados a ser. Esto que parece tan innato y natural, puede resultar un verdadero tormento si nos alejamos de nuestro camino según nos vamos adaptando al mundo. Corremos el riesgo de olvidarnos de lo que somos, de lo que nos apasiona, qué nos hace reír, qué nos hace llorar y de lo que nos envuelve durante horas sin apenas darnos cuenta de que no hemos comido.
Todos tenemos un talento. Ése es nuestro camino a seguir, nuestro sentido, nuestra razón de ser. Si nos desviamos o nos despistamos no seremos felices, pues siempre nos faltará algo. Ese algo se convertirá en un vacío tan tremendo que trataremos de llenarlo con las personas y cosas que nos rodean, pero siempre volveremos al punto de partida. Haremos infelices a los que más queremos porque no seremos felices con nosotros mismos, y en lugar de mirarnos hacia dentro miraremos hacia fuera y querremos cambiar el mundo, querremos cambiar a nuestros seres queridos.
Nunca nada ni nadie serán suficientemente perfectos para apaciguar nuestra infelicidad, que inevitablemente irá in crescendo. Miraremos al futuro y nos engañaremos pensando que “algún día” encontraremos a la persona perfecta, la solución a nuestros males. Y la verdad es que la solución a nuestros males la llevamos a cuestas, 24 horas al día.
Ahora que he encontrado mi camino, os aseguro que nunca he sentido una felicidad más absoluta. Irradia desde mi interior y se expande en todas las direcciones. Me encuentro en un punto en el que todo fluye; cada día que pasa aprendo instintivamente, empujada por una mezcla de ilusión, pasión, confianza y satisfacción que hace que no sienta la carga de mi esfuerzo. Voy construyendo poco a poco, mientras observo lo que me rodea, percibo mis necesidades, admiro mis pequeños logros y avanzo con paso firme. En esta corriente donde mi alma fluye es como si de forma inconsciente estuviera cavando cada vez a más profundidad en la dirección correcta y sin cuestionármelo. Es un sentimiento de enamoramiento conmigo misma. Una especie de protección natural de mi espíritu que no permite que los malos momentos me hagan cambiar de perspectiva, pues mi camino está claro, tanto si llueve como si hace sol. De día y de noche. Triste o alegre. Nada de lo que pueda atacarme desde el exterior es capaz ni siquiera de rozar mi esencia, lo que sé que soy.
La felicidad existe. Cuando nos sentimos agarrados a ella día a tras día es porque hemos hallado el camino, nuestro hilo dorado. Si estamos alineados con nuestro ser, nos situamos exactamente en el centro de la diana. Ésa es la felicidad. El centro de la diana. Desde el centro la vida y el amor fluyen hacia todo lo que nos rodea. Nuestra capacidad de amar, sentir, comprender y perdonar se magnifica sin límites. Las derrotas no existen. El desaliento no sabe amargo; nos da fuerzas para continuar, para mejorar, para ir más allá del intento. Si nos caemos no dudamos en levantarnos con mayor ímpetu porque sabemos que nos tenemos a nosotros mismos, incondicionalmente, en la más pura esencia.
La felicidad existe y está en nosotros mismos.
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