“Las dos últimas semanas estaba especialmente simpático y atento. Desde el pasado jueves su actitud vuelve a ser distante, desconfiado, receloso, sutilmente cortante”. Este tipo de actitudes no son habituales entre las personas de mi entorno, pero curiosamente las estoy viviendo con una persona. A veces pienso que es digno de análisis porque la lucha interna que percibo en él me resulta conmovedora, y al mismo tiempo inútil para llegar a ningún fin.
En el fondo pienso que el hecho de verme como una rival en el ámbito profesional hace que su simpatía hacia mí se trunque y opte por hacerme pequeños vacíos, que durante mucho tiempo ni siquiera detecté. Todos tenemos días malos y acontecimientos familiares o de otra índole personal, que pueden afectarnos de tal manera que nuestra actitud hacia otras personas se malinterprete. Soy consciente de ello. La mayoría de ocasiones he considerado que las reacciones inesperadas de alguien responden a este tipo de circunstancias.
Pero las cosas cambian cuando las mismas variables se repiten y cuando en un momento de debilidad recibo alguna pequeña confesión de disculpa por su parte. A pesar de ello veo que estos cambios de actitud hacia mí siguen siendo inevitables. Tal vez muy a su pesar.
Si soy el centro de atención en una conversación informal o formal, si resulto ser graciosa, si tengo mejor relación con otros compañeros, si el jefe cuenta conmigo para un trabajo en concreto, si mis vacaciones de verano resultan ser “envidiables”… y por supuesto, si un compañero o el mismo jefe se retrasan o faltan al trabajo y resulto ser yo a la que informan de ello… A veces tengo la sensación de que el filtro del volumen puede fallar en cualquier momento, y que su monólogo interior va a quedar al descubierto, como un auténtico grito de indignación en el cielo, mientras me clava sus ojos sin decirme nada, y yo sigo hablando.
Sinceramente me entristece que estas cosas sucedan. Que al mencionar mi interés por una vida profesional cómoda y libre de ambiciones, se relaje, y me confiese que él pensaba todo lo contrario de mí. Que me confiese que al verme conversar atrayendo la atención de otras personas se siente fuera y lleno de rabia.
Cada uno es responsable de sus actos, de sus pensamientos y de sus sentimientos. Probablemente deberíamos mirarnos más a nosotros mismos, tratar de mejorar y sentirnos cómodos por lo que hacemos y conseguimos. No es elegante proyectar nuestras debilidades en las fortalezas de los demás, odiarles por ello y salir así airosos en nuestro pequeño mundo de luchas internas. No es elegante.
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