El voluntariado: ¿egoísmo o generosidad?

03.01.2014 17:29

La primera vez que se me planteó la contradictoria idea del voluntariado me quedé pensativa y aparqué el tema para analizarlo más adelante. Me tocó una fibra sensible que sabía que me iba a generar muchas ideas jugosas. Entrelazaría distintos conceptos para finalmente encajar todas las piezas del puzle.

Pienso: cuando queremos prestar servicios de voluntariado, ¿por qué lo hacemos? ¿Qué sentimos haciéndolo? Pues bien, la respuesta es clara. Nos hacemos voluntarios para sentirnos mejor con nosotros mismos, y de paso hacemos una buena labor. Me imagino que muchas personas pensarán (indignadas) que no es fácil el trabajo de un voluntario (¡!!), ni su forma de vida. Estoy totalmente de acuerdo, pero no cuestiono su dificultad y sacrificio personal. Lo que cuestiono es la motivación personal, el sentido, el objetivo final que subyace tras semejante sacrificio: sentirnos bien, ser más felices, gustarnos, querernos… porque nos lo merecemos.

El voluntariado podría ser la actuación más “egoísta” que puedo imaginar, pero que paradójicamente, reporta un inmenso beneficio a las causas y personas más necesitadas. En conclusión, es una forma de vida por pura simbiosis: tú me necesitas y yo también te necesito. Ambas partes se necesitan mutuamente, cuando aparentemente sólo una de ellas es la necesitada. Hay muchas necesidades que no se ven, no se palpan, ni siquiera se pueden imaginar, pero existen y quien las padece las siente.

La necesidad de ayuda mutua en el voluntariado debería ser explícita, debería mostrarse al mundo, debería predicarse. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla y al mismo tiempo tan fundamental. Por dignidad. La dignidad es lo que hace que las personas sean personas, que los animales sean animales y que nuestros hogares sean hogares. Sin dignidad el amor por uno mismo se merma, las diferencias se magnifican, el respeto desaparece. Cuando el amor prevalece, las diferencias se eliminan y el respeto es mutuo, la dignidad se muestra resplandeciente.

El voluntariado debería reconocerse como un acto de ayuda mutua entre dos partes iguales, igual de necesitadas, aunque en circunstancias diferentes. Una relación de tú a tú donde no hay una parte fuerte y una parte débil. No hay superioridad, no hay inferioridad. Nos necesitamos. Nos respetamos. La dignidad resplandece.

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