¡Ha pasado más de un mes desde mi último post! La sensación de "cómo pasa el tiempo" se convierte en una chispa de satisfacción cuando pienso en todas las cosas que he hecho precisamente durante este mes. Volver a mi blog es como regresar a mi hogar donde sé que alguien me está esperando con una fiesta sorpresa entre manos.
Podría escribir largo y tendido sobre temas diversos, aparentemente inconexos desde una perspectiva lejana, aunque sin duda alguna sería capaz de crear una hermosa tela de araña con todo ello. Y sí, llegaríamos al centro de la diana, a donde hoy quiero llevaros a través de mis palabras escritas.
La semana pasada participé en mi primera carrera de diez kilómetros. Esta frase tan simple tiene una gran historia de logro detrás, ya que estuve entrenando durante cinco semanas para conseguirlo. Nunca antes había corrido en serio. Siempre he practicado diferentes deportes y he hecho ejercicio de forma regular, pero nunca me había dado por correr. Me lo propuse, lo vi claro y lo hice. Me llamaban la atención las sensaciones que supuestamente provocaba este deporte. Todos los corredores que he conocido me han transmitido la satisfacción inexplicable y enganche físico y emocional que produce el correr; sin embargo nunca llegué a entender dónde estaba la gracia de todo aquello... hasta que lo probé en serio.
Con un comienzo suave y a ritmo pausado empecé a sentir ciertas vibraciones positivas durante mis salidas. Debo reconocer que a esta aventura le añadí mis crónicas en Instagram, compartiendo mi ilusión, mis retos y mis pequeños logros con cada foto que hacía gala de mis salidas. Durante cinco semanas experimenté multitud de sensaciones; obtuve un mayor conocimiento de mi cuerpo. de mi capacidad para superar las molestias que se presentaban ineludiblemente en cada entrenamiento... y viví la satisfacción pura de la autosuperación física y psicológica. Entendí perfectamente la diferencia entre pensar "yo puedo" y pensar "¿y si no puedo?".
El domingo pasado me puse a prueba después de cinco semanas y me demostré que cuando hay voluntad, coraje, ilusión y disciplina los obstáculos se convierten en piedrecillas en el camino con las que acabas jugando a ver cuál llega más lejos de una sola patada. Aprendí, me divertí, me conocí, me valoré y finalmente lo conseguí. Acabé la carrera bajo mínimos pero con buena recuperación y lista para el siguiente reto dentro de cuatro semanas.
Me gustaría transmitiros la importancia del aprendizaje en cualquier aspecto de nuestra vida. El reto de introducirnos en mundos nuevos que desconocemos por completo nos incrementa la alegría de vivir, nos hace mejores personas por fuera y por dentro, y nos regala la inmensa sensación de estar experimentando el momento, la vida en estado puro. Personalmente no puedo decir que no a todo aquello que me hace sentir agradecimiento y amor por la existencia, por el mundo en el que estamos, por el milagro del universo, por el instante que sólo percibimos con nuestro alma. Esos instantes que se convierten en fotogramas de una película que cuando nos damos cuenta ya se ha acabado.
El aprendizaje nos coloca en una perspectiva de observación de nosotros mismos que nunca antes habíamos imaginado. Nos ayuda a abrir la mente a nuevas alternativas, a nuevas dimensiones que fluyen para dar forma y cuerpo a nuestra misión en este planeta. La clave está en creer en nosotros mismos, en creernos valiosos (porque lo somos) y sobretodo en creernos capaces de llegar a todo lo que nos propongamos. La creencia en nosotros mismos es el amor, el amor original y auténtico que debe existir para volvernos contagiosos con el resto de los seres que nos rodean.
Os propongo que probéis algo distinto, algo que os llame la atención pero del que apenas sepáis nada. Permitíos un pequeño balanceo en la incertidumbre, en la cuerda floja, con la total confianza de cometer errores. Es más, cometed todos los errores que podáis porque probablemente aprenderéis más, llegaréis más alto y seréis más felices.
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