El epitafio de 2013

02.01.2014 13:35

“El 2013 ha muerto”. Es lo que diría Friedrich Nietzsche. En este caso estoy de acuerdo porque durante 365 días el 2013 existió, y lo que existe tiene el privilegio de morir.

Hago un repaso mental del año. Comenzó con pocas ganas de levantarme de la cama, buscando pretextos para no ver a nadie. Fue un comienzo duro. El primer atardecer de 2013 paseé por las calles donde Lur y yo habíamos compartido tantos y tantos recuerdos. Fui a nuestra placita y recorrí con la mirada todos y cada uno de los movimientos que él habría hecho: atajar la entrada de la plaza saltando un pequeño muro del jardín, olisquear la hierba hasta llegar a su rincón donde se retorcía dándome la espalda… sabía exactamente todo lo que iba a hacer. Cuando cumplía con su recorrido, se giraba para asegurarse de que estuviera allí, esperándolo. Mantener un contacto visual con él lo tranquilizaba y evitaba que saliera disparado a la carretera, buscándome como un loco.

Llegué a casa caminando y a partir de ahí sólo recuerdo que al día siguiente trabajaba. Recuerdo mucho desánimo, frustración, aunque también algo de energía esperanzadora. Sabía que sólo me tenía a mí misma para afrontar el nuevo año, y presentía que iba a ser duro aunque corto.

Durante el primer trimestre tuve golpes de recuerdos que me llegaban inevitablemente por los proyectos en los que estaba trabajando. Tuve momentos de profundo silencio mientras el resto de las personas hablaban, reían y gritaban. Miraba el paisaje a mi alrededor, oía el acento de aquellas gentes y lo único que deseaba era llorar. Quería estar en mi casa y sentirme protegida. Sin embargo descubrí una de mis pasiones. Comencé a escribir mi blog y un nuevo mundo se abrió. Siempre estuvo ahí pero no lo vi. En seguida supe que el 2 de febrero de 2013 iba a ser el comienzo de una gran historia.

El segundo trimestre tuve nuevas experiencias que me enriquecieron el espíritu, como mi viaje a la India, contemplar la belleza del Taj Majal y conocer a personas que miraban la vida desde otros ángulos inalcanzables para mí. Volví a sentir ilusión y también decepción. Recuerdo este segundo trimestre como un último paso a la rendición. Necesitaba hacer imposibles para convencerme de que no era el camino, pero así aprendí a darme cuenta de que la rendición, entendida como aceptación, te regala una paz inmensa donde poder vivir sin prisa, sin preocupaciones y sobretodo sin esperar nada.

Necesité tranquilidad, sosiego. Durante esa tranquilidad absorbí muchas ideas, leí de todo, escribí sobre cualquier cosa, y así es cómo finalmente descubrí el camino para abrazar mi otra pasión: la música. Poco a poco tuve ideas muy sencillas pero retadoras para mí, como recitar poesía mientras tocaba un simple acorde de guitarra. Las poesías se convirtieron en líneas cantadas, y las líneas cantadas se convirtieron en canciones a ritmo de guitarra.

Empecé a grabar mis improvisaciones al piano. Cuando escuché lo que necesitaba escuchar para que se me pusiera la carne de gallina, cogí fuerzas y mi creatividad se disparó. Improvisaba, grababa, componía canciones con la guitarra, escribía en mi blog… hasta que me pregunté, ¿y con todo esto qué? Me marqué unos objetivos muy claros e ilusionantes: grabar mi propio CD casero con 10 canciones con guitarra, otro CD casero con mis mejores improvisaciones al piano y escribir mi propio libro. El libro que me ayudaría a desvelar día a día el sentido de la vida.

Aún estoy en una fase inicial del libro, al igual que lo estoy en mi proyecto de vida. Creo que ambos proyectos van de la mano. Cuando siento que necesito retomar mi libro siento que también estoy avanzando en mi vida, ya que la escritura me revela nuevos secretos sobre mí. Y ahí estoy yo… Estoy componiendo mi décima canción. Calculo que en una semana tendré una buena grabación y podré hacer un bonito CD. A partir de aquí no sé cómo transcurrirán los días ni si mi vida dará un giro. Lo que sí sé es que confío en mí.
 

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