No había cumplido los 5 años. Estaba con mi madre y con mi abuelo en la pequeña sala de estar del piso en el que vivíamos entonces. Era una estancia diminuta, con un sofá oscuro que ocupaba toda una pared. En frente estaba el mueble de la televisión junto con un armario que tenía una puerta extensible que hacía de mini bar. Justo al lado de la puerta de entrada, en el único rincón que quedaba libre, había un sillón del mismo color que el sofá.
Era una salita minúscula pero no le faltaba de nada, y por los recuerdos que guardo, a mi madre le gustaba mucho más estar allí que en el salón donde solíamos estar cuando mi padre volvía a casa tras haber pasado varios meses en alta mar. Ahora pienso que aquella sala le permitía guardar su ausencia manteniendo vivos los recuerdos, tal y como quedaron el último día, y crear un nuevo espacio de ilusión mientras esperaba su llegada.
Mi madre y mi abuelo estaban sentados en el sofá y yo estaba detrás de mi madre, de pie, apoyada en el cabecero del sofá, acariciándole aquel pelo largo y rubio. De repente, no recuerdo cómo surgió la conversación (debió ser por algo relacionado con lo que estaban dando en la televisión), le pregunté a mi abuelo si él también iba a morir. Él me respondió que sí, y que cuando sucediera no nos veríamos más. Aquellas palabras me hicieron llorar desconsoladamente.
Mi madre trató de quitarle importancia. Decía que todavía faltaba mucho tiempo para que mi abuelo se muriera, pero a mí eso no me bastaba, Yo entendí que llegaría el día en que nunca más volvería a estar con mi abuelo y no lo pude soportar. Entonces él, se acercó a mí, me acarició y me susurró asegurándose de que mi madre no le oyera: "No te preocupes, cuando me muera te escribiré una carta". Como siempre, mi abuelo sabía cómo ilusionarme. Todavía espero esa carta y no dudo que algún día aparecerá en el momento menos esperado.
—————