Hoy domingo he vuelto a la rutina del voluntariado de Reiki. La verdad es que los compañeros son gente muy sana, con buena energía y lo primordial, grandes personas. Durante el fin de semana el chat del grupo suele activarse, ya que siempre hay alguna baja imprevista para el domingo, por lo que es bueno que el resto de compañeros estemos informados. Tras una de estas conversaciones me fui pensativa a la ducha, pensando en lo sencillo que es lograr un precioso compromiso precisamente sin que se exija compromiso.
La primera vez que contacté con la asociación me recalcaron que no pedían el compromiso de nadie. Iba el que podía y cuando podía, sólo que había que tener un calendario preestablecido como base. A partir de ahí cada uno debía comunicar sus ausencias sin tener que dar ningún tipo de explicación. En mi caso suelo ausentarme por mis viajes de trabajo, lo que es muy previsible de antemano, así que apenas afecta a mi calendario de voluntaria. Si algún día no me encuentro bien o simplemente me surge un plan interesante, comunico mi ausencia a la encargada de la planificación y a mi grupo de los domingos. Ya está.
Mientras estaba en la ducha le estaba dando vueltas al concepto del compromiso. He de reconocer, sino sería muy falso por mi parte, que siempre me he agobiado con las situaciones que no parecen tener cambios en el futuro. Pensar que el trabajo que tengo actualmente será el que tendré toda la vida, pensar que cada viernes (por ejemplo) tengo que llamar a mi amiga para quedar, pensar que cada domingo “toca” hablar con mi madre… en sí mismas son cosas preciosas y me encantan. Lo que de alguna manera me ahoga es la obligación o la inflexibilidad para hacerlas. Me ahoga pensar que si no las hago como están establecidas voy a perderlas, tanto a mi amiga, como a mi madre, como mi trabajo, etc.
Pensé en el voluntariado de Reiki. Trataba de buscar una circunstancia que hiciera que tuviera que dejarlo. La verdad, me quedé algo sorprendida conmigo misma porque no encontraba ningún motivo real que me obligara a dejarlo. Sólo con enviar un mensaje me liberaba de la obligación de ir al hospital y podía volver cuando quisiera. Es más, ellos encantados de tenerme de vuelta, tanto mis compañeros como los pacientes. Nadie exige ni espera nada, y al mismo tiempo lo que viene bienvenido es. Bajo el chorro de la ducha descubrí la clave del amor y del compromiso: la libertad.
Mi valor preferido siempre ha sido la libertad y lo que más me ha agobiado, la exigencia. Tal vez porque tuve unos padres muy exigentes aprendí que no todo en la vida es exigible. El amor no es exigible. Cuanto más se le exige más se aleja. Cuanta más libertad se le da más se nos acerca. Esa es clave. Los que tenemos cierto miedo al compromiso por experiencias que nos han enseñado conceptos erróneos de la vida, debemos entender el compromiso desde la libertad. Por otra parte, jamás podremos estar con alguien que no nos conceda y nos demuestre esa libertad. Cuanta más libertad nos den más nos comprometeremos sin apenas darnos cuenta. Necesitamos que nuestra mente se sienta libre, no se sienta atrapada por nada ni por nadie. En realidad así debería ser para todo ser humano.
Nunca he exigido nada a nadie. Alguna de mis ex parejas me llegó a insistir en que si había algo que no me gustaba de él debía exigírselo. A mí aquello me horrorizaba. Creo que el hecho de comunicárselo y de hacerle ver mi malestar era más que suficiente. Yo no soy nadie para exigir nada a nadie. Las cosas del amor deben salir del corazón, y si alguna vez nos vemos en la tesitura de tener que exigirlas… siento deciros que el amor brilla por su ausencia.
Bajo la ducha entendí la mayoría de mis malestares y ahogos con la familia. Si no llamo hay reproches. Si no voy a verlos hay reproches. Ahora estas exigencias son muy livianas (aunque a veces siento que el caldero hierve a fuego lento…), pero en un pasado fueron tremendas. Mi mente nunca se adaptó a este tipo de compromiso y acababa agobiándose a la mínima que detectaba síntomas de atadura, de exigencia, de compromiso. A pesar de todo ello, las tres veces que me enamoré no me asusté por el compromiso. El amor era tan intenso que mi mente no necesitaba esforzarse para demostrarlo. Sólo me asustó una cosa: la mentira.
Lamentablemente siempre acabamos descubriendo una gran mentira en nuestras vidas, en nuestras relaciones. A mí me gustaría que no se tuviera que llegar hasta tal punto, sólo con hablarlo en su debido momento es suficiente. Y sobre todo cuando se habla desde el corazón las cosas no pueden más que mejorar. Es verdad que para eso hay que ser valiente, y la valentía no se estila en nuestra sociedad. Un saludo desde aquí a todos los valientes.
La valentía no se demuestra poniéndose delante de un toro. La valentía no se demuestra teniendo una interesante posición social y profesional. La valentía no se demuestra con un discurso brillante que deje perplejo al público. La valentía no responde a nuestro ego; la auténtica valentía responde al corazón. La valentía se demuestra poniéndose delante de la vida, delante del amor, mientras las piernas te tiemblan, el corazón se te paraliza y no eres capaz de respirar. Aun así tiras adelante porque sabes que lo que estás a punto de vivir te supera. Porque sabes que lo que estás sintiendo no lo has sentido en tu vida. Porque sabes que lo que te espera es totalmente desconocido. Y a pesar de todo ello es ésa la opción que escoges, porque la única obligación real que tenemos con la vida es vivirla.
Recordad algo muy importante. Sólo los valientes de corazón son capaces de vivir la vida. El resto permanecen muertos en vida. Eso sí, más calentitos que nadie.
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