Duró diez segundos. Fue cálido. Sólo escuchaba el palpitar de su corazón. Sonaba fuerte, agitado. Sentía el calor de su pecho en mi mejilla y su respiración tímida.
Echaba de menos vivir ese instante, tan único y reconfortante cuando se olvidan los placeres de la comodidad. Cuando cobramos consciencia del valor de lo que tuvimos y perdimos. Esa segunda oportunidad que nos permite regresar.
Seguía allí, más presente que nunca. Un suspiro delató nuestra realidad mientras su cuerpo se alejaba confundido, asustado. Sin cruzarnos las miradas, un espacio prudente delimitó nuestros sentimientos. Poderosos sentimientos.
Nos miramos a salvo en la distancia, y nos despedimos con el recuerdo de aquel abrazo.
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