Aprovecho la víspera de “Todos los Santos” para escribir sobre mis memorias de cuando era pequeña. Esta mañana mi grupo de amigas (de mi pueblo natal) me ha comunicado la muerte de la abuela de una de ellas. Hace unos meses en una de mis visitas relámpago a mi tierra, había quedado con esta amiga precisamente para saber qué tal le iban las cosas, ya que además del deterioro de salud de su abuela, estaba recién embarazada.
Esta mañana inevitablemente me he acordado de cuando murieron mis abuelos. Me he remontado veinticinco años atrás a la muerte de mi abuelo materno. La madrugada del 7 al 8 de Enero estábamos mi hermana y yo en la cama. Era domingo y al día siguiente comenzaban las clases. Compartíamos habitación por aquel entonces (la que posteriormente iba a ser mía). Todavía recuerdo perfectamente la posición de las camas y la música que estaba sonando. Mi hermana solía poner alguna cinta de música para dormir. Aquella noche escuchábamos a “Los Rebeldes”.
Mi abuela dormía en la habitación contigua y mi abuelo en la de matrimonio que les correspondía. Podría decirse que mi abuela se separó de mi abuelo en vida muchos años atrás, y aunque seguían viviendo bajo el mismo techo, nuestro mismo techo, no se cruzaban una palabra. De vez en cuando algún reproche, algún grito o algo más.
De pronto escuchamos los gritos de mi abuelo. Mis padres estaban con mis tíos pasando el domingo, y era habitual que llegaran a casa de madrugada. Mi hermana no dudó en levantarse y averiguar lo que estaba sucediendo. A partir de ese momento se desencadenó todo el dispositivo de localización de mis padres. A mi abuelo le había dado un ataque al corazón. Yo permanecí inmóvil debajo de las mantas mientras las canciones de “Los Rebeldes” se me incrustaban en el cerebro. Tardé años en volver a escuchar las mismas canciones.
El día 8 de Enero le ingresaron en la clínica. El día 18 lo trasladaron a la UVI y de ahí a unos días dejó de estar consciente. El 28 de Enero falleció. Era también domingo. Al día siguiente lo trajeron a casa y allí estaba dentro del ataúd, vestido de traje y con las manos cruzadas a la altura del pecho. Yo estaba en la cama, bajo las mismas mantas que me dieron cobijo tres semanas atrás. Mi abuela y mi madre vinieron a verme varias veces para que bajara a ver a mi abuelo. No quería verlo. No quería levantarme de la cama. No quería ver a la gente que estaba “invadiendo” mi casa. Mi abuelo se había ido, nunca más iba a estar con él y por lo tanto no quería verlo. Sólo quería que todo aquello pasara.
Horas después me levanté, me vestí, bajé las escaleras y tras un buen rato sentada en el sofá, oliendo el aroma que el perfume de mi abuelo dejaba en aquel lado del sofá, decidí acercarme al ataúd y mirarlo por última vez. No recuerdo haber derramado ni una sola lágrima en aquel momento.
Para el funeral me puse mis pantalones negros, camisa amarilla y jersey negro con dibujos blancos. Recuerdo aquel jersey porque tenía hombreras y no me hacía especial gracia. Mi madre me había comprado aquel conjunto de pantalón, camisa y jersey unas semanas antes, así que era lo más apropiado para el momento. Cada vez que el cura nombraba a mi abuelo me entraban ganas de salir corriendo de la iglesia. Finalmente fuimos al cementerio. Al enterrador se le resbaló el ataúd en pleno descenso dentro de la fosa del panteón. Se abrió la puerta y vi cómo se asomaba el cuerpo de mi abuelo. Pero aquello también pasó.
Aquel mismo mes contraje una alergia terrible. No podía respirar. Lo curioso era que no hacía falta exponerme a nada, simplemente no podía respirar. Le decía a mi madre que me oprimía el pecho y ella intentaba tranquilizarme con alguna infusión o con grageas de valeriana. Los resfriados se me complicaban; acababan en asma, o algo peor, en bronquitis. Estuve un par de semanas enferma en la cama. De pequeña era mi manera de descansar emocionalmente, enfermar y quedarme en cama. Sin obligaciones, sin responsabilidades y bien cuidada. A partir de entonces aquella alergia “a todo” y “a nada” me acompañó a todas partes. Descubrí que cuando había conflictos a mi alrededor no podía respirar, así que intentaba evitarlos, poniendo distancia por medio.
Pasaron diez años, acabé la universidad y comencé a trabajar. Mi “alergia” se fue convirtiendo en un problema de “ansiedad”. Me seguía acompañando bien cogidita de la mano. Se convirtió en mi fiel amiga. Me di cuenta de que cuando me iba de marcha con mis amigas no me oprimía el pecho y que cuando mi novio se enfadaba conmigo no podía respirar. Los conflictos familiares y de pareja que vivía cada “santo” día hicieron que me convirtiera en alguien que no me gustaba. No podía respirar, por consiguiente mi carácter se hizo frío, aparentemente insensible. Sólo quería desaparecer del escenario del crimen y vivir en paz y en calma. Con el tiempo velé por mi bienestar, así que acabé yéndome de mi pueblo, por supuesto con otro chico que era una persona muy equilibrada y me quería mucho.
Sorprendentemente me fui curando poco a poco. La distancia, la paz, la calma y el amor me habían curado. El hecho de darme cuenta de mi mejora, hizo que tomara plena consciencia sobre cómo mi cuerpo y mente reaccionaban al entorno. Esta toma de consciencia es clave para curarnos y/o para que nos "tratemos" cuando las circunstancias que nos perjudican vuelvan a darse. Todavía cuando vivo un momento traumático me oprime el pecho, y es posible que mi tendencia sea huir para poder respirar. También creo que a día de hoy he desarrollado multitud de mecanismos de defensa que me ayudan a superar los malos momentos “sin que me quede sin aliento”. Aun así busco la calma, la paz y la libertad. Todo aquello que no me permita disfrutar de estas condiciones “básicas” acaba quedándose fuera de mi vida.
He querido compartir esta historia especialmente con aquellas personas que de alguna manera podáis sentiros identificadas. Si padecéis de alguna alergia, ataques de ansiedad, asma o trastorno emocional sobrevenido a lo largo de vuestras vidas (no congénito), dadle un repaso a vuestra vida, a las posibles experiencias traumáticas que hayáis sufrido hasta remontaros a la infancia si hiciera falta.Tomad consciencia de ellas y comenzad vuestro proceso de sanación personal.
Espero que mi experiencia os sirva de ayuda.
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