"Sara recibió un mensaje de Isabel para recordarle que habían quedado a las nueve en la salida del metro y que le llevara un cargador de móvil. Como muletilla le informó de que tenía el número de móvil de Ismael. Sara sostenía el lápiz de ojos entre sus dedos. No sabía qué hacer con él: tirarlo al suelo, ponerle el tapón mientras aplastaba la delicada punta, o acabar de pintarse los ojos como si no hubiera leído nada. Cualquier opción era válida.
Conocía a Isabel. Sabía que algo debió hacer para conseguir el número de Ismael. Realmente era una chica de gran corazón. De las que se le ilumina la mirada cuando te ve feliz. Lamentablemente, Sara pensaba que las personas comunes se apiadaban de los malos momentos de sus amigos, pero cuando las cosas les iban incluso mejor que las suyas propias... no sería precisamente luz lo que desprenderían sus ojos. Se alegró de tener una amiga como Isabel.
Acabó de pintarse los ojos mientras era plenamente consciente de que para ello debía controlar bien su pulso como su respiración. Respondió al mensaje con una línea llena de interrogantes y un "eso me lo tienes que contar".
Isabel y Sara decidieron entrar a un pub cuando a Sara se le ocurrió que tal vez era el momento de contactar con Ismael. Isabel insistía en que era un poco tarde (eran más de las once de la noche) para enviar un mensaje a alguien que no se lo esperaba, pero Sara pensó que si no lo hacía entonces no lo iba a hacer al día siguiente. Cogió el móvil de su amiga y escribió a Ismael ofreciéndole el número de Sara (de ella misma), explicándole previamente lo mucho que su querida amiga se acordaba de él. Isabel miraba a Sara con los ojos como platos. ¿Tú crees que "me" va a responder?
Sara lo tenía claro. Sólo necesitaba conocer su reacción para abrirse camino o de lo contrario quedarse quietecita en la puerta. Ismael respondió enseguida a Isabel. Se alegraba mucho de saber de ellas y sí, quería hablar con Sara. Isabel miró sorprendida a Sara. Siempre pensó que su amiga era muy intuitiva pero en aquella ocasión más bien prefirió creer que lo que semanas atrás le contó su amiga fue una especie de alucinación romántica. Nunca pensó que las sensaciones que Sara le había transmitido sobre aquella noche entre Ismael y ella correspondieran con la realidad objetiva.
Sara sacó su móvil del bolso y en menos de dos minutos recibió un mensaje de Ismael. La conversación fluyó con mucha emoción. Sara se sentía muy desinhibida y con poco que perder, teniendo en cuenta que habían pasado dos meses y medio desde que se conocieron. Había dado por perdida la batalla de volver a verlo e incluso de saber de él.
Ismael planteó entre risas el volverse a ver. Sara enseguida le tomó la palabra y lo provocó para que fijaran un día cercano. Él se excusaba con el trabajo. Tras una conversación al son de las teclas del Samsung que duró más de una hora, se despidieron una vez más.
Sara reconocía aquella situación. Comenzó a recordar acontecimientos que había enterrado tiempo atrás. No quería ser la causante de una ruptura sentimental, pero todo apuntaba a que su querido Ismael se encontraba en una encrucijada. No llevaba una vida feliz, no quería a la persona con la que "debía" comenzar a convivir en un año vista y sin embargo sólo veía la resignación como opción válida. A Sara se le revolvió el estómago sólo de recordar el daño que ella misma había sufrido en su última relación.
La falta de autoestima anula la capacidad de enamorarse de nadie, de ser feliz e implica un inevitable sabotaje a todo aquello que desprende amor hacia su persona. Sabotaje a todo amor que provoca vulnerabilidad. La vulnerabilidad que es la llave del sufrimiento ante la traición. El sufrimiento del amor que es más doloroso que la propia idea de la muerte. Sara sabía de eso. No estaba dispuesta a luchar por una bomba a punto de explotar. Le costó años reponerse y sentirse feliz por sí misma. Aquella mañana de domingo de hacía cuatro años se hizo la promesa de que nunca jamás ningún hombre iba a causarle sufrimiento.
Ismael quería saber más sobre Sara. La contactaba día tras día, la llamaba por teléfono cuando los mensajes no eran suficientes para transmitir lo que necesitaba decir. A pesar de aquellas conversaciones Ismael no se sentía culpable. Sara sí. No entraba en su cabeza que Ismael no diera importancia a aquellas palabras, a aquellos sentimientos que se asomaban entre líneas, a las confesiones de lo que ambos estaban sintiendo. Para Ismael el engaño estaba en la acción. Para Sara el engaño comenzaba con el sentimiento.
Se encontraron en un punto de difícil fusión. En los días que estuvieron en contacto Sara se sentía tan ilusionada como asustada. Ismael reprimía sus palabras una y otra vez, a la vez que provocaba la explosión de sinceridad en Sara. Aquello le encantaba. Por una vez en su vida, Sara no tenía nada que perder y podía hablar abiertamente de sus sentimientos, así como de sus miedos. Ismael asentía en silencio al otro lado, pero Sara sabía que estaba sufriendo un torbellino de emociones. Aquello iba a ser el comienzo de un largo camino de autoconocimiento, de desarrollo personal para Ismael. Necesitaba romper con todo y empezar de cero. Pensar sólo en él. Aclarar sus ideas, reordenar su vida.
Sara le habló con honestidad. Ella no debía ser la causa de los cambios en su vida. Ismael le rogó que no rompiera el contacto con él, que no se sintiera culpable de nada. En el fondo sabía que la necesitaba, independientemente de su decisión. Sara supo que había cumplido su misión. El círculo se había cerrado justo el mismo día en el que se abrió unos años atrás. Se sintió nuevamente dolida por el pasado pero inmensamente orgullosa por el presente. Por haber marcado la diferencia entre lo vulgar y lo elegante, entre lo que hicieron con ella y lo que ella iba a hacer.
Sentada sobre un muro de piedra con la ciudad a sus pies, abrió la cámara de su móvil, sacó una foto del paisaje, se colocó las gafas de sol y se alejó de aquel lugar mientras escuchaba una vez más, la canción de James Bay "Let it go"."
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